domingo, 9 de diciembre de 2018

No me imagino mi vida siendo feliz.

Creo que cuanto más tardan en curarse
las heridas de mis rodillas
menos tardo en caerme
y volverlas a abrir.

Me consumo consumiendo
todo lo que me hace daño una y otra vez
como si a la decimoquinta pudiese superarlas,
como si no pasase nada,
como si pasase,
como si nada.

Espero sentada a todas las catástrofes
que sé que vienen,
porque soy frágil,
y hay sangre por todas partes
y no puedo con toda.

Utilizo frases que no quiero asumir
como una premonición de todo lo que va a salir mal,
y si alguien las dice,
pasa,
siempre,

SIEMPRE.

'¿Qué te crees que siempre vais a ser amigas?
¿Que siempre va a estar a tu lado?'
Y después de la hostia
fue cuando aprendí
que la única
que siempre iba a estar a mi lado
era yo.

(Ahí empezaron las cicatrices)

No quiero plantarles cara a todas las demás
ni ponérsela,
si no la escucho no existe,
si no la escribo,
tampoco.

Mi forma de huir es cerrando los ojos,
mi forma de tener miedo es tapandolos.

Ojalá pasase como cuando eres pequeña
que tú mayor problema
se arreglaba con agua oxigenada
y los puntos de sutura
eran un cuento chino,
ahora los cuentos chinos son el agua oxigenada
y no puntuo lo suficiente
como para poder cicatrizar
antes de volverme a caer.

Me dedico a ponerle tiritas a mis deportivas
porque sé que hacen más efecto que en mí.

Me es más fácil sonreír cuando me miran
que cuando estoy sola,
y si no me sonrio yo,
tampoco espero que lo hagan los demás.

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