jueves, 4 de mayo de 2017

Me he despertado pensando si existen remedios caseros para el olvido.

Si hay interruptores en alguna parte de mí
que puedan activarse
dando tres vueltas de tuerca sobre mi misma
o si tengo que saltar sobre alguna (mala) pata
para que el pasado deje de ser el hombre del saco
y venga a sacar recuerdos
de donde debería haber vacío.

Si existe alguna infusión o té
que haga que se vaya todo
por donde ha venido
a ser posible sin mapa
para que no sepa volver nunca,
si puedo apagar la ubicación del gps
para que se pierda.

Si puedo encontrar
la única llave que cierre la maldita puerta
que no para de abrirse.

Si existe algún hueco debajo de mi cama
en el que haya la misma luz que frío
y me pueda acurrucar yo sola sin que nada
me recuerde nada.

Ni mis sábanas son antibalas
ni sé apuntar.

Si hay alguna pastilla
que te coloque lo más lejos posible de mi cabeza,
y de mi también,
no vayas a cruzarme el cable que no es
y te enrredes con lo que no debes.

Si existe alguna clase
en la que te expliquen y pueda ir a prestar atención
para que se me olvide todo antes de salir,
porque no te prestaría nada más.

Supongo que hay cosas que pasan
y no pueden pararse cuando el semáforo está en rojo,
van por libre y kamicaces por una carretera
que no conocen,
se chocan con lo primero que ven
y las piezas que se caen siempre se quedan ahí,
para que cuando vuelvas a pasar
sepas lo que ha pasado,
lo que has pasado,
y no lo olvides.

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