Cojí
una maleta y me puse a meter todas las cosas
que
siempre quise devolverte.
No sé
si te van a hacer más mal
del
que me han hecho a mí,
supongo
que no lo sabré nunca.
La
abrí y empecé a guardarte;
la
chaqueta aquella que me dejaste cuando hacía frío,
y
en vez de dejarme tus abrazos acabé con ella,
el
pañuelo que siempre llevabas atado a la muñeca
el
mismo que terminó atando las mías,
el
sombrero que no te quitabas ni para dormir
ni
cuando te lo quería quitar yo,
y
la camisa de aquella noche
que
mi memoria se ha encargado de guardar.
Encontré
un bolsillo en un lateral y empecé a meter tus encantos
uno
a uno procurando que no se aplastaran,
en
el otro guardé tus caricias, y casi no caben todas.
Tu
risa la puse en el llavero de la cremallera,
para
escucharla al abrir y cerrar la maleta,
el
exterior estaba decorado por tu sonrisa
y el
color de tus ojos pintaban el interior,
cómo
olvidarme de ellos.
En
el trasfondo guardé las cosas que podía arrugarse;
metí
aquellos abrazos que me hacían encoger de lo fuertes que eran
intenté
colocar de aquella manera los besos que no me diste,
y
los que no te di, esos caben en cualquier lado,
guardé
tu manera de ver la vida, o la que me contaste,
doblé
tus anhelos y tus ilusiones y con ellas cerré la maleta.
Tuve
que hacer fuerza con la cabeza para cerrarla,
el
corazón no quiso ayudarme mucho
y
ahora que la veo no sé si hice bien en cerrarla tan pronto
puede
que un día de éstos quiera volver a escuchar tu risa
y
se abra de par en par.
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