Un día llegué, cerré los ojos; los cerré tan fuerte, que pensé
que nunca más se abrirían. Empecé a mirar las cosas de otra manera, desde otro sitio,
con otros ojos.
“Descubrí, que no estaba cambiando, que no cambié nunca, que
no tenía intención de cambiar más adelante. Me quedé allí sentada en el suelo,
percibiendo como el resto del mundo de movía, mientras yo, tan solo respiraba inconsciente,
me gustaba pasarme allí las horas muertas del día, admirando como el resto del
mundo vivía ocupado, pensando ¿Cómo es posible que todo el mundo tenga tantas
cosas que hacer al mismo tiempo?, aún no le encontré respuesta a mi propia
pregunta. Yo seguía allí, escuchando cada sonido de tacón, cada respirar
acelerado de las personas que andaban con prisa, el movimiento de la hierba
debajo de mí causada por la brisa que aquella tarde me hacía compañía.
En aquella inmensa soledad, en la que yo sola, había
conseguido sumirme. Noté una presencia, no me estaba tocando, pero sabía que estaba
detrás de mí, dejé que siguiera explorando su alrededor, mientras el mío
menguaba, cada paso que se acercaba a mí. Se movía despacio, no hacía
movimiento que pudieran delatarle. Sabía quién era, su olor no es fácil de
ocultar, solo él sabía lo que me hacía aquel perfume, que siempre se ponía para
mí. Se sentó a mi lado, lejos, me parecieron kilómetros, no quería que
percibiera su presencia, aunque ya la tenía interiorizada.
Abrí los ojos, ahí estaba, no dejaba de mirarme, lo sé, porque
yo tampoco dejaba de mirarle a él. Empezó a temblar cada parte de mí, sin que
yo pudiera ponerle ninguna clase de remedio, empecé a pensar porque estábamos otra
vez en aquella extraña situación, mis preguntas otra vez quedaron sin
respuesta.
Se estaba acercando, su aroma se fue convirtiendo en el mío,
me dejé caer hacia atrás, tumbándome por completo, permanecí boca arriba, hasta
que conseguí vislumbrar que él seguía mis pasos, tan fielmente, que terminó en
el mismo sitio que yo, tan solo que unos centímetros por encima. Pensaba, creía,
que esta vez iba ser igual, que haríamos como si nada hubiera cambiado, mis
suposiciones fallaron de nuevo.
No dejaba de mirarme, no me intimidaba, me gustaba saber que
era su centro, al igual que él, era el mío. No pude aguantar así mucho tiempo, necesitaba
más, quería más. Dejé de pensar, mis ojos se volvieron a cerrar, recortaban
distancia de los suyos, el final de su respiración daba comienzo a la mía, se
acerco a buscarme, no tardamos mucho en encontrarnos. Empecé a sentirle a él,
dejé de tener consciencia de lo que hacía, esta vez, era yo la que llevaba las
riendas, quería demostrarle lo que mi cuerpo escondía de mi mente.
Ya no hacía frío, no soplaba la brisa que me había estado acompañando
aquella tarde, no se oían los tacones, no se oían los pasos, solo escuchaba su respiración, y
la mía. Parecía que nos habíamos sincronizado, que en algún momento dejamos de
ser dos personas y pasamos a ser solo una.
Me dejé caer con suavidad, apenas percibí mi peso, me sentí
como una burbuja flotando en el aire, él me sostuvo, se inclinó del todo, simplemente
me concedía cada capricho que se me iba ocurriendo pedirle. Aquel día se
confirmó que, si el sueño es lo suficiente importante para la persona que lo
sueña, y nunca se da por vencida, se puede cumplir y repetir tantas veces como
ella quiera vivirlos.
Dimos vueltas, inmensidades de vueltas, nadie sabe cuántas
veces despeinamos al césped, ni cuantas más se tendrá que volver a peinar en
nuestra ausencia. Nos costó ponerle fin a aquello que se me antoja llamar
sueño, pero lo mejor aún estaba por llegar. Cogió mi mano, a penas pensó en el
gesto, le salió solo, fue inercia, fue de aquellas cosas que te hacen pensar.
Estuvimos caminando, las calles aquel día eran eternas,
nunca había visto brillar tanto esta ciudad, no percibía nada, era un cuerpo
inerte que seguía al suyo sin saber muy bien, donde estaba el final de nuestro
camino. Llegamos, no sabría decir donde, pero aquella era la segunda vista más
bonita de aquella noche, la primera no tenía comparación sobra la faz de la
tierra. “
Soñé tantas veces con ese momento, que cuando lo estaba
viviendo me pareció que estaba en uno de mis sueños, que al abrir los ojos
volvería a mi cama, que aquello nunca llegó a pasar nunca. No sería
decepcionante, sería otra manera de vivir un sueño.
“La tarde se despidió de nosotros, la oscuridad quedó
vencida por millones y millones de bombillas que brillaban de mil colores aquel
día, como si todo estuviera pensado para nosotros, como si la balanza estuviera
inclinada a nuestro favor, como si no hubieren más personas en el mundo y todas
estuviesen pensando en nosotros.
Me apretó aún más la mano, una oleada de calor me recorrió
entera, eso fue lo que hizo saber, que aquel día, no estaba soñando, que era
real, que él estaba allí, conmigo, a mi lado. Deje ver mis dientes entre mis
labios por primera vez en mucho tiempo, al mismo tiempo me pareció vislumbrar
los suyos, aprendimos el poder que tenía una sola sonrisa, lo que ella producía
en una sola persona y todo lo que podía transmitirle a los demás.
Empezamos a descender de donde nos encontrábamos, giramos
una esquina, una fuerte ráfaga de aire nos empujo en dirección opuesta a la que
nos dirigíamos, me abrazó con fuerza; el aire duró un instante nada más, lo
suficiente como para que dejara de tener frío. Aquel abrazo duró más que ningún
otro que haya recibido antes, fue especial, hizo que llorara de alegría; nos
separamos, él se percató de aquella lágrima, no permitió que llegara al suelo,
su mano la apartó de su trayectoria original, su otra mano se colocó simétrica
a la primera en el otro lado de mi cara, le debí de parecer el ser más débil de
universo; su respuesta a mi pensamiento fue aquel beso que me regalo, mientras
la poca brisa que llegaba, alborotaba mi pelo.
Se me hizo eterno, no quería que terminase, había soñado
demasiadas veces aquello, como para no vivirlo. Nos separamos de nuevo, su mano
volvió a coger la mía y apenas se nos volvió a distinguir.”
Esa noche fue la única testigo de que conseguí vivir mi sueño,
un sueño que se volvería a repetir, en otro lugar, en otro tiempo, pero con el
mismo espíritu. Fue entonces cuando a prendí que dormir, no es sinónimo de
soñar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario