lunes, 10 de diciembre de 2012

Aquella noche


Un día llegué, cerré los ojos; los cerré tan fuerte, que pensé que nunca más se abrirían. Empecé a mirar las cosas de otra manera, desde otro sitio, con otros ojos.

“Descubrí, que no estaba cambiando, que no cambié nunca, que no tenía intención de cambiar más adelante. Me quedé allí sentada en el suelo, percibiendo como el resto del mundo de movía, mientras yo, tan solo respiraba inconsciente, me gustaba pasarme allí las horas muertas del día, admirando como el resto del mundo vivía ocupado, pensando ¿Cómo es posible que todo el mundo tenga tantas cosas que hacer al mismo tiempo?, aún no le encontré respuesta a mi propia pregunta. Yo seguía allí, escuchando cada sonido de tacón, cada respirar acelerado de las personas que andaban con prisa, el movimiento de la hierba debajo de mí causada por la brisa que aquella tarde me hacía compañía.

En aquella inmensa soledad, en la que yo sola, había conseguido sumirme. Noté una presencia, no me estaba tocando, pero sabía que estaba detrás de mí, dejé que siguiera explorando su alrededor, mientras el mío menguaba, cada paso que se acercaba a mí. Se movía despacio, no hacía movimiento que pudieran delatarle. Sabía quién era, su olor no es fácil de ocultar, solo él sabía lo que me hacía aquel perfume, que siempre se ponía para mí. Se sentó a mi lado, lejos, me parecieron kilómetros, no quería que percibiera su presencia, aunque ya la tenía interiorizada.

Abrí los ojos, ahí estaba, no dejaba de mirarme, lo sé, porque yo tampoco dejaba de mirarle a él. Empezó a temblar cada parte de mí, sin que yo pudiera ponerle ninguna clase de remedio, empecé a pensar porque estábamos otra vez en aquella extraña situación, mis preguntas otra vez quedaron sin respuesta.

Se estaba acercando, su aroma se fue convirtiendo en el mío, me dejé caer hacia atrás, tumbándome por completo, permanecí boca arriba, hasta que conseguí vislumbrar que él seguía mis pasos, tan fielmente, que terminó en el mismo sitio que yo, tan solo que unos centímetros por encima. Pensaba, creía, que esta vez iba ser igual, que haríamos como si nada hubiera cambiado, mis suposiciones fallaron de nuevo.

No dejaba de mirarme, no me intimidaba, me gustaba saber que era su centro, al igual que él, era el mío. No pude aguantar así mucho tiempo, necesitaba más, quería más. Dejé de pensar, mis ojos se volvieron a cerrar, recortaban distancia de los suyos, el final de su respiración daba comienzo a la mía, se acerco a buscarme, no tardamos mucho en encontrarnos. Empecé a sentirle a él, dejé de tener consciencia de lo que hacía, esta vez, era yo la que llevaba las riendas, quería demostrarle lo que mi cuerpo escondía de mi mente.

Ya no hacía frío, no soplaba la brisa que me había estado acompañando aquella tarde, no se oían los tacones, no se oían  los pasos, solo escuchaba su respiración, y la mía. Parecía que nos habíamos sincronizado, que en algún momento dejamos de ser dos personas y pasamos a ser solo una.

Me dejé caer con suavidad, apenas percibí mi peso, me sentí como una burbuja flotando en el aire, él me sostuvo, se inclinó del todo, simplemente me concedía cada capricho que se me iba ocurriendo pedirle. Aquel día se confirmó que, si el sueño es lo suficiente importante para la persona que lo sueña, y nunca se da por vencida, se puede cumplir y repetir tantas veces como ella quiera vivirlos.

Dimos vueltas, inmensidades de vueltas, nadie sabe cuántas veces despeinamos al césped, ni cuantas más se tendrá que volver a peinar en nuestra ausencia. Nos costó ponerle fin a aquello que se me antoja llamar sueño, pero lo mejor aún estaba por llegar. Cogió mi mano, a penas pensó en el gesto, le salió solo, fue inercia, fue de aquellas cosas que te hacen pensar.

Estuvimos caminando, las calles aquel día eran eternas, nunca había visto brillar tanto esta ciudad, no percibía nada, era un cuerpo inerte que seguía al suyo sin saber muy bien, donde estaba el final de nuestro camino. Llegamos, no sabría decir donde, pero aquella era la segunda vista más bonita de aquella noche, la primera no tenía comparación sobra la faz de la tierra. “

Soñé tantas veces con ese momento, que cuando lo estaba viviendo me pareció que estaba en uno de mis sueños, que al abrir los ojos volvería a mi cama, que aquello nunca llegó a pasar nunca. No sería decepcionante, sería otra manera de vivir un sueño.

“La tarde se despidió de nosotros, la oscuridad quedó vencida por millones y millones de bombillas que brillaban de mil colores aquel día, como si todo estuviera pensado para nosotros, como si la balanza estuviera inclinada a nuestro favor, como si no hubieren más personas en el mundo y todas estuviesen pensando en nosotros.

Me apretó aún más la mano, una oleada de calor me recorrió entera, eso fue lo que hizo saber, que aquel día, no estaba soñando, que era real, que él estaba allí, conmigo, a mi lado. Deje ver mis dientes entre mis labios por primera vez en mucho tiempo, al mismo tiempo me pareció vislumbrar los suyos, aprendimos el poder que tenía una sola sonrisa, lo que ella producía en una sola persona y todo lo que podía transmitirle a los demás.

Empezamos a descender de donde nos encontrábamos, giramos una esquina, una fuerte ráfaga de aire nos empujo en dirección opuesta a la que nos dirigíamos, me abrazó con fuerza; el aire duró un instante nada más, lo suficiente como para que dejara de tener frío. Aquel abrazo duró más que ningún otro que haya recibido antes, fue especial, hizo que llorara de alegría; nos separamos, él se percató de aquella lágrima, no permitió que llegara al suelo, su mano la apartó de su trayectoria original, su otra mano se colocó simétrica a la primera en el otro lado de mi cara, le debí de parecer el ser más débil de universo; su respuesta a mi pensamiento fue aquel beso que me regalo, mientras la poca brisa que llegaba, alborotaba mi pelo.
Se me hizo eterno, no quería que terminase, había soñado demasiadas veces aquello, como para no vivirlo. Nos separamos de nuevo, su mano volvió a coger la mía y apenas se nos volvió a distinguir.”

Esa noche fue la única testigo de que conseguí vivir mi sueño, un sueño que se volvería a repetir, en otro lugar, en otro tiempo, pero con el mismo espíritu. Fue entonces cuando a prendí que dormir, no es sinónimo de soñar.

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