domingo, 9 de diciembre de 2012

A tan solo un paso



Imaginaros un abismo, enorme, inmenso, estáis a tan solo un paso de averiguar a donde os lleva, es cuestión de un simple impulso, un simple movimiento, y gracias a él, descubriréis lo que hay más abajo, tal vez solo halla rocas, o tal vez algo que os haga flotar, no lo sabréis hasta que no avancéis ese paso, que os separa del futuro. Mi historia empieza así, al borde de un abismo:


“Tumbada boca abajo, en medio de ningún sitio, con una manta por encima, que no hacía que yo dejara de tener frío, mis manos, eran mi almohada, mis ojos se mantienen cerrados, inertes, casi a punto de soñar, pero aún así yo estaba despierta. A mi izquierda estaba él, girado hacia mi lado, mis brazos eran su almohada, pero al contrario que yo, sus ojos estaban abiertos, no iba a soñar, no iba a dormir. Es curioso pensar ¿cómo sé yo que sus ojos estaban abiertos si los míos estaban cerrados?, era tan poca la distancia que separaba su cuerpo del mío que hasta podía percibir su pestañear sin necesidad  apenas de pensarlo.

Los dos estábamos despiertos, los dos estábamos hablando, todavía no he logrado acordarme de aquella conversación, que apenas duró unos minutos, se giró hacia el lado opuesto al mío, su cabeza seguía sobre mis brazos, apenas hubo tragado saliva se volvió colocar donde estaba, pero restando algunos centímetros a la distancia. Su nariz y la mía apenas tenían distinta fuente de aire, lo que él expiraba, lo inspiraba yo, aún no entiendo como se pudo dar ese fenómeno. Empezamos a jugar con ellas, la mía hacia arriba mientras la suya bajaba, al llegar al medio se rozaban casi sin poder evitarlo y después seguían su camino hasta el próximo encuentro, lento, pero a la vez deprisa, era casi magia.

Cada vez más cerca, cada vez más despacio, hasta que su mano rodeo mi cuello tan despacio que parecía la brisa de la noche, su brazo quedo cubriendo la mitad de mi cuerpo, ya no tenía frío, su mano, acercó aún más mi cabeza a la suya, hasta que no hubo espacio entre sus labios y los míos, duro un instante, apenas dio tiempo a que pasara un segundo, pero aún así, a mí se me hizo eterno, fue el segundo más largo que he vivido. Nos separamos, casi no había respiración de ninguno, mis ojos se abrieron, lo primero que vieron fueron los suyos, aquella noche brillaban más que ningún otro día de aquel verano, verdes y miel, era la mejor combinación de colores que nadie había sido jamás de hacer.

Sus ojos se cerraron, despacio, tranquilos, los míos hicieron de su espejo y los siguieron a la misma velocidad, parecía que lo hubiésemos ensayado. Dejo de haber espacio otra vez entre nosotros, cada vez había menos separación entre un beso y otro, pasé de no tener frío a tener mucho calor, la manta me sobraba ahora él cumplía su función. Lentamente se separo de mis labios, comenzó a jugar con mi oreja, mientras mis manos estaban explorando su espalda, grande, lisa, tersa, podría distinguir cada músculo con solo una pasada. De mi oreja, comenzó a bajar por mi cuello, despacio, muy despacio, casi no le sentía, pero sin embargo sabía dónde estaba en cada instante. Se dejó caer sobre mi cuando llegó al borde de mi camisa, no pesaba, era ligero, como una pluma.

Volvió a mi izquierda, mis brazos volvieron a convertirse en su almohada. No quería que aquello terminase, al parecer, él pensaba como yo. Sin apenas moverme, me giré hacia él; ahora, era yo la que le buscaba, sus ojos eran los que estaban cerrados y los míos los que se habían abierto. Le encontré, le seguí, me convertí en lo que él me enseño a ser; una manta.

Uno encima del otro, como si el espacio faltara, su camiseta voló de donde nos encontrábamos,  mi camisa dejó de tener botones, dejó de tenerme dentro, nos abandonó, aún no recuerdo el momento en el que noté su ausencia. Me sostenían sus brazos, estaba flotando sobre él pero sin que el espacio entre nosotros existiera. Ahora la que jugaba con él, era yo, mis dedos se enredaban con cada mechón de su pelo, fino, ligero, suave, se escurría entre mis manos como si él, también quisiera jugar conmigo.

Descendí, ahora no buscaba sus ojos, desde que los encontré la última vez, no quise perderles de vista, cerré los míos, mis labios comenzaron a buscar los suyos, su nariz volvió a encontrar la mía, seguían juguetonas, como dos instantes antes. Terminaron, solo quedaba seguir bajando, los encontré, un beso largo, lento, intenso, hoy todavía lo recuerdo como si él, nunca se hubiese ido, como si siguiera aquí, y esa noche aún continuara. No me separé, él tampoco lo hizo, hicimos de ese instante algo eterno, que siempre recordaríamos, que no se olvida nunca.

Me fui incorporando, separándome, él no quiso que me alejara, no me dejó alejarme, conforme yo subía, él subía a la misma velocidad. Intercambiamos nuestros cuerpos, nuestras realidades, la manera en la que los dos, veíamos el mundo, terminamos mirándolo con los mismos ojos. Apoyé mi espalda en el suelo, su pecho se poyó en el mío, seguíamos sin separarnos, mi lengua le concedió un baile a la suya, y aún no había terminado la canción.

Las horas fueron pasando, para mi seguían siendo segundos, sabía lo que estaba pasando, pero no quería ser completamente consciente de lo que estaba viviendo. A partir de ahí, me dejé llevar, decidí que era el momento de dejar de planear cada decisión que tomaba, dejarlo todo al azar, a la suerte, en manos del destino, que fuese eso lo que decidiera por mi y no mi cabeza.”


Decidí dar ese paso hacia el abismo que tenía delante, decidí mirar más allá de lo que mis ojos alcanzaban a ver. Avancé ese pequeño paso que muchos no quieren dar, y caí, seguí cayendo, cuando empecé a ver el fondo de aquel abismo, alguien me recordó, que en los sueños, se puede volar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario