Imaginaros un abismo, enorme, inmenso, estáis a tan solo un
paso de averiguar a donde os lleva, es cuestión de un simple impulso, un simple
movimiento, y gracias a él, descubriréis lo que hay más abajo, tal vez solo
halla rocas, o tal vez algo que os haga flotar, no lo sabréis hasta que no avancéis
ese paso, que os separa del futuro. Mi historia empieza así, al borde de un
abismo:
“Tumbada boca abajo, en medio de ningún sitio, con una manta
por encima, que no hacía que yo dejara de tener frío, mis manos, eran mi
almohada, mis ojos se mantienen cerrados, inertes, casi a punto de soñar, pero
aún así yo estaba despierta. A mi izquierda estaba él, girado hacia mi lado,
mis brazos eran su almohada, pero al contrario que yo, sus ojos estaban
abiertos, no iba a soñar, no iba a dormir. Es curioso pensar ¿cómo sé yo que
sus ojos estaban abiertos si los míos estaban cerrados?, era tan poca la distancia
que separaba su cuerpo del mío que hasta podía percibir su pestañear sin
necesidad apenas de pensarlo.
Los dos estábamos despiertos, los dos estábamos hablando,
todavía no he logrado acordarme de aquella conversación, que apenas duró unos
minutos, se giró hacia el lado opuesto al mío, su cabeza seguía sobre mis
brazos, apenas hubo tragado saliva se volvió colocar donde estaba, pero
restando algunos centímetros a la distancia. Su nariz y la mía apenas tenían distinta
fuente de aire, lo que él expiraba, lo inspiraba yo, aún no entiendo como se
pudo dar ese fenómeno. Empezamos a jugar con ellas, la mía hacia arriba
mientras la suya bajaba, al llegar al medio se rozaban casi sin poder evitarlo
y después seguían su camino hasta el próximo encuentro, lento, pero a la vez
deprisa, era casi magia.
Cada vez más cerca, cada vez más despacio, hasta que su mano
rodeo mi cuello tan despacio que parecía la brisa de la noche, su brazo quedo
cubriendo la mitad de mi cuerpo, ya no tenía frío, su mano, acercó aún más mi
cabeza a la suya, hasta que no hubo espacio entre sus labios y los míos, duro
un instante, apenas dio tiempo a que pasara un segundo, pero aún así, a mí se
me hizo eterno, fue el segundo más largo que he vivido. Nos separamos, casi no había
respiración de ninguno, mis ojos se abrieron, lo primero que vieron fueron los
suyos, aquella noche brillaban más que ningún otro día de aquel verano, verdes
y miel, era la mejor combinación de colores que nadie había sido jamás de
hacer.
Sus ojos se cerraron, despacio, tranquilos, los míos hicieron
de su espejo y los siguieron a la misma velocidad, parecía que lo hubiésemos ensayado.
Dejo de haber espacio otra vez entre nosotros, cada vez había menos separación
entre un beso y otro, pasé de no tener frío a tener mucho calor, la manta me
sobraba ahora él cumplía su función. Lentamente se separo de mis labios, comenzó
a jugar con mi oreja, mientras mis manos estaban explorando su espalda, grande,
lisa, tersa, podría distinguir cada músculo con solo una pasada. De mi oreja,
comenzó a bajar por mi cuello, despacio, muy despacio, casi no le sentía, pero
sin embargo sabía dónde estaba en cada instante. Se dejó caer sobre mi cuando
llegó al borde de mi camisa, no pesaba, era ligero, como una pluma.
Volvió a mi izquierda, mis brazos volvieron a convertirse en
su almohada. No quería que aquello terminase, al parecer, él pensaba como yo.
Sin apenas moverme, me giré hacia él; ahora, era yo la que le buscaba, sus ojos
eran los que estaban cerrados y los míos los que se habían abierto. Le encontré,
le seguí, me convertí en lo que él me enseño a ser; una manta.
Uno encima del otro, como si el espacio faltara, su camiseta
voló de donde nos encontrábamos, mi
camisa dejó de tener botones, dejó de tenerme dentro, nos abandonó, aún no
recuerdo el momento en el que noté su ausencia. Me sostenían sus brazos, estaba
flotando sobre él pero sin que el espacio entre nosotros existiera. Ahora la
que jugaba con él, era yo, mis dedos se enredaban con cada mechón de su pelo,
fino, ligero, suave, se escurría entre mis manos como si él, también quisiera
jugar conmigo.
Descendí, ahora no buscaba sus ojos, desde que los encontré
la última vez, no quise perderles de vista, cerré los míos, mis labios
comenzaron a buscar los suyos, su nariz volvió a encontrar la mía, seguían
juguetonas, como dos instantes antes. Terminaron, solo quedaba seguir bajando,
los encontré, un beso largo, lento, intenso, hoy todavía lo recuerdo como si él,
nunca se hubiese ido, como si siguiera aquí, y esa noche aún continuara. No me
separé, él tampoco lo hizo, hicimos de ese instante algo eterno, que siempre
recordaríamos, que no se olvida nunca.
Me fui incorporando, separándome, él no quiso que me alejara,
no me dejó alejarme, conforme yo subía, él subía a la misma velocidad. Intercambiamos
nuestros cuerpos, nuestras realidades, la manera en la que los dos, veíamos el
mundo, terminamos mirándolo con los mismos ojos. Apoyé mi espalda en el suelo,
su pecho se poyó en el mío, seguíamos sin separarnos, mi lengua le concedió un
baile a la suya, y aún no había terminado la canción.
Las horas fueron pasando, para mi seguían siendo segundos,
sabía lo que estaba pasando, pero no quería ser completamente consciente de lo
que estaba viviendo. A partir de ahí, me dejé llevar, decidí que era el momento
de dejar de planear cada decisión que tomaba, dejarlo todo al azar, a la suerte,
en manos del destino, que fuese eso lo que decidiera por mi y no mi cabeza.”
Decidí dar ese paso hacia el abismo que tenía delante,
decidí mirar más allá de lo que mis ojos alcanzaban a ver. Avancé ese pequeño
paso que muchos no quieren dar, y caí, seguí cayendo, cuando empecé a ver el
fondo de aquel abismo, alguien me recordó, que en los sueños, se puede volar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario