martes, 10 de abril de 2018

Cuando estoy triste

Tengo un nudo en la garganta
desde la última vez que la usé,
casi no sale nada por ella de puro desgaste,
roza lo cruel saber hasta que punto me deshago
por voluntad propia sin motivo aparente,
para no seguir haciendo todo lo que hago mal.

Me agarro con la punta de los dedos
a una cornisa que ni es mía
ni quiero que lo sea,
está tan descuidada que ni siquiera es de ella misma,
y no hay nada más triste que no pertenecerse.

Se me ha olvidado cómo saltar a la comba
y pienso que es como lo de la bici pero alreves,
nunca podré volver a aprenderlo
y ahora sólo puedo vivir entre tropiezos.

Vivo enamorada de todo lo que no puede volver a pasar.

Y eso me hace infinitamente triste aunque entonces,
el infinito,
lo dejé atrás de todo lo feliz que era.

Quiero vivir en una tarde
en la que el atardecer pasó desapercibido,
en la que los reflejos en el agua
eran todos del mismo color
y hacia el mismo sitio,
que nadie se dió cuenta de lo que estaba pasando mientras estaba pasando,
y pasó
tanto tiempo desde entonces
que ya nadie se acuerda.

Cambiaría sin pestañear lo poco que soy
por todo lo que fui,
a ella sí que querría caerle bien,
ésta sólo querría que se cayera.

Carolina siempre se acordará de nosotros,
o nosotros de ella,
no recuerdo muy bien cómo era.

Mendigo abrazos
porque no me gusta que me vean llorar,
y taparme la cara con cuerpos ajenos
me parece una buena manera de esconderme.

Se me encoge la vida pensando
en todos los ojalás que he malgastado
en cosas que me dan igual
cuando en las de verdad
no he pensando cuando era necesario.

Tom decía que somos demasiado tarde,
a lo mejor,
fuimos demasiado pronto.

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