miércoles, 24 de abril de 2013

Me debes un café


Solo compré aquel café para poder entrar en el servicio, ya que
no aguantaba más las ganas de ir al baño, pero ese café cambió
todo; fue lo mejor que me pasó en la vida. Perdón, no me he
presentado. Soy Noelia y vivo en Barcelona, y esta es mi historia.

Todo empezó un 12 de junio. Iba de camino a casa, cuando,
de repente, me entraron unas ganas enormes de hacer pis. Entré
en el primer bar que vi y pedí un café con leche de máquina. Solo
era una excusa para entrar en el baño, ya que no podía aguantar
más. Me senté rápidamente en la primera mesa que vi libre y,
mordiéndome el labio inferior para que no se me escapara, entré
precipitadamente al baño. ¡Qué a gusto me quedé! Enseguida, la
tensión se esfumó de mi cuerpo. Volví a mi mesa para tomarme
el café e irme a casa pero, para mi asombro, allí no había ningún
café. En vez de eso, había una nota. «Si quieres recuperarlo, ven a
la frutería que está a la vuelta de la esquina». Al principio no reaccionaba,
pero después decidí dirigirme allí. Sabía que no debía
fiarme de ese tipo de cosas pero algo me empujaba a hacerlo, algo
me decía que debía ir a aquella frutería, que si no, me arrepentiría
toda mi vida. Así que, decidida, salí de aquel bar, me dirigí con
paso rápido, pero siempre sin llegar a correr, adonde me decía
aquella nota.
En cuanto llegué, esperaba que algo sucediera, pero no ocurrió
nada. Apenada, me di la vuelta y arrastré mis zapatillas contra el
suelo pero mi cara se iluminó cuando una pequeña anciana me
dijo que un chico había dejado una nota para mí. «Dan las mejores
manzanas de toda la cuidad, y los mejores helados los dan en
la plaza que tienes delante de ti». Le di las gracias a la anciana y,
cada vez más ansiosa, llegué a una acogedora heladería. Una chica
que más o menos tendría mi edad se estremeció en cuanto me vio
y me dijo:
—¡Tú! ¡Eres tú! El chico, sí, tú eres la del café, ¿no? Sí, hombre,
te robaron el café. Bueno, pues me han dejado esto para ti, sí. Eres
muy afortunada, sí.
—Eh… gracias —le respondí a aquella extraña chica, pero me
cayó bien.
«¿Te ha caído bien Aïda? Es un poco rara, pero tiene un
enorme corazón. La verdad, yo también soy un poco raro, ¿cuándo
has conocido a un chico que vaya escribiendo notas a alguien que
ni siquiera conoce? Pero ¿sabes? También tengo un gran corazón».
Ya está. No ponía nada más. Y ahora, ¿qué? ¿Adónde tenía que
ir? Miré desconcertada a Aïda, pero ella no sabía nada. Decidí
salir a la calle y allí, en el suelo, justo a la salida, encontré la siguiente
nota. «Mira delante de ti».
Levanté la vista lentamente, era él. Era guapísimo, era como si
tuviera su propia luz e iluminara todo lo que estuviera a su alrededor.
Era…
—Hola, me llamo Alfonso. ¿Y tú?
—Yo... eh… sí… Noelia.
—Así que Noelia; verás, Noelia, no te voy a entretener mucho
tiempo. Mira, en cuanto te he visto en el bar, he sentido algo que
nunca antes había sentido por nadie. Ha sido como si me hubiera
tirado por una montaña rusa gigante. La vida no se vive por las
veces que respiras, sino por los momentos que te dejan sin aliento.
Y tú me has dejado sin aliento, has sido tú y no otra, y lo sé, ni siquiera
te conozco, pero aun así lo daría todo por ti. Yo… te quiero,
y sé que te querré mucho más si te llego a conocer. Ya está, te lo he
dicho. Y ahora te toca a ti, ¿qué dices?
Soy una chica tímida, pero en ese momento me armé de valor
y le besé. El tiempo se detuvo y solo quedaron nuestros labios
unidos y nosotros. Intenso, apasionado, cariñoso, romántico, fue
todo a la vez. Absorta en mi felicidad, conseguí volver a la realidad.
Le miré a los ojos y le dije:
—Me debes un café.

No hay comentarios:

Publicar un comentario